Nací un 21 de abril de 1947 en Coquimbo. Mi hogar fue la casa ubicada en calle Errázuriz 59 de Guayacán, hoy pueblo histórico. Recuerdo esa casa de barro y churqui, paredes anchas, con un pasillo embaldosado o con pedazos de piedras de la antigua fundición de cobre. La casa se componía de lo que llamaríamos un comedor y tres dormitorios, más la cocina. Una cocina de leña, llena de hollín, producto de las llamaradas del fuego, pisos de tierra, pintadas sus murallas con cal blanca, ninguna puerta similar a otra, cada una de distinta confección y fabricación, con traba-pestillos sólidos y firmes para seguridad de no sé qué, pues los vecinos eran todos de absoluta confianza. El dormitorio daba a un patio donde existía una vieja y noble parra, además una higuera y otras plantas cuyo nombre desconozco.
Mi abuelito y abuelita eran los dueños de casa y vivían junto a sus 4 hijos, dos mujeres y dos varones: María, Nora, Pablo y Temio. Yo soy hijo de la mayor de esas dos mujeres. Era la última casa del pueblo, un pueblo sin pavimento, áridas calles y veredas, sin árboles y mirábamos hacia "el alto" -hoy El Llano-, que separaba a nuestro pueblo y caleta de la ciudad misma de Coquimbo. Para ir a la ciudad debíamos obligatoriamente irnos por atajos por el llano hasta encontrar el pavimento.

Mis abuelitos Pablo Tabilo Castro y Juana Elgueta (adultos). Al centro mi mamá María Tabilo Elgueta cuando era una niña, a la izquierda Pablo Segundo Tabilo y a la derecha Temio Tabilo Elgueta. Foto en la oficina salitrera Brac, Iquique, 1927. Col. JVT.
Guayacán es pueblo aparte. La formación de sus habitantes estaba constituida por familias completas venidas del Norte Grande, familias que se formaron en la pampa salitrera, muchos trabajadores de empresas inglesas, españolas, que explotaron por decenios la principal riqueza del país que representaba el salitre. Mi madre nació en la oficina salitrera Brac, posteriormente llamada Victoria. Mi abuelito muchas veces me contó cómo era esa sacrificada vida del pampino y su experiencia en los sucesos ocurridos en la Escuela Santa María de Iquique en 1907, donde murieron miles de trabajadores en huelga y sin tener una orientación social, cultural ni política que les condujera. Muchos de ellos no sabían escribir ni leer por la escasez de escuelas.
Luego vino la crisis en la pampa por la invención de un sustituto sintético al salitre y el posterior retiro de los capitales extranjeros, pues ya no les convenía explotar los yacimientos. Los trabajadores estaban ahora organizados, pues el movimiento obrero ya comenzaba a tomar consciencia y exigir mejores condiciones salariales. Esto provocó que las familias emigraran al sur. Muchos de ellos siguieron hasta Ovalle y otros a la zona central, otros se quedaron en San Julián, en el Valle del Limarí.
En la esquina de calle Errázuriz con Cabo (hoy calle Ignacio Carrera Pinto), había tres inmensos peñascos que protegían la casa de las lluvias ocasionales, pero persistentes que en la región suelen ocurrir.
A escasos 60 metros de la casa estaban los estanques, donde la Compañía "Urmeneta & Errázuriz" elaboraba el proceso de refinación del cobre, cuya materia prima de origen estaba al interior de la región. Estanques vacíos, llenos de piedras, suciedades, malezas, pero que para nosotros era un paseo, un deleite caminar por esas murallas y jugar allí. A un costado, los niños colocábamos montoncitos de piedras y armábamos nuestras pichangas de por lo menos 15 o 20 por lado. Parte de esos estanques o lavaderos eran los asientos de nuestras respectivas barras.
Hacia la carretera, lejano se veía el cementerio inglés, cuyo alrededor era de un hermoso paisaje en primavera, con pasto y flores, como la añañuca, el azulillo y otras especies. Encontrar una añañuca amarilla entre la mayoría que eran de intenso color rojo, era para nosotros un momento de regocijo y alegría. Familias completas iban ahí a "tomar onces", es decir, tardes de picnic.
Para llegar a la estación de ferrocarriles había que cruzar El Llano, con plantaciones de olivos y cercados con pircas, pero dar una mirada desde allí (desde donde hoy se llama calle Rieles) hacia la bahía de la Herradura, era de una hermosura que enmudecía.
Después de cada lluvia, los niños salíamos a buscar algunas monedas u objetos que solían aparecer en la superficie. En una oportunidad encontré una chaucha, llegando muy contento a casa y me autorizaron a comprar un dulce en el almacén. Visité una vez más el negocio o almacén de Panchito, en Errázuriz con calle Pérez, a escasos 100 metros de nuestra casa. Él era un hombre muy afable, delgado, bajito, más parecía un jinete que el propietario del almacén. Vivía con su mamá. Recuerdo que uno de sus hermanos vivía en la misma calle Errázuriz, a una distancia de no más de 60 metros. El negocio tenía dos puertas, una hacia calle Errázuriz y la otra hacia calle Pérez. Antes de llegar al almacén, se debía sortear primero unos peldaños que había en la casa de la tía Baudilia y otra subida que había que pasar era cuando cruzábamos la calle, donde estaba la carnicería donde vivía un señor que era bajito y tenía una joroba. Le decían el curco. Los niños lo queríamos, pero le teníamos temor porque nos parecía extraña la forma de su cuerpo. Al frente de Panchito, estaba la verdulería y frutería de la Señora María y, a escasos 40 metros de allí, la pastelería de la Bristelita.
En la calle Cabo, casi a los pies de nuestra casa, estaba la panadería de Don Jerónimo y de la Tía Aurora. Mi abuelito les surtía de leña para el horno y yo le acompañaba, mientras la tía Aurora me regalaba unos pancitos crujientes, calientitos y sabor muy especial.
Entré a la escuela de Guayacán y allí aprendí mis primeras letras. Era la Escuela 9, ubicada en calle Pérez (hoy es una fuente de soda o discotheque). La profesora era la señora María Rojas que vivía en el mismo pueblo en calle Pérez. Recuerdo de ella un parecido a Gabriela, como muchas mujeres de Guayacán y de Coquimbo. En mi visión de niño eran casi todas muy parecidas: pelo corto, frente amplia, pelo castaño oscuro, morenas, traje de dos piezas por lo general, colores sobrios, escasa pero cariñosa sonrisa. La perdimos de vista cuando supimos que viajó becada a Estados Unidos para perfeccionar sus estudios.
Al lado nuestro vivía la familia Valderrama, compuesta por la tía Adelina y el tío Arturo y sus 6 hijos: Luperfina, Lolo, Estela, Mary, los varones "El Meñe" y "El Chato" o "Nene". El tío Arturo se dedicaba a soldar ollas y teteras de aluminio. Cargaba sobre sus hombres todos los materiales para ejecutar su función en las puertas de sus potenciales clientes.
Muy cerquita vivía la familia Elgueta: Hugo, Ema, Juana, Elsa. Su papá, Don Arcadio, trabajaba en labores de estibador en el puerto de Coquimbo y venía cada mediodía a almorzar a casa, recorriendo cerca de 12 kilómetros diarios. A continuación, vivía la señora Ulda con su familia. Su hija la Nena vive hoy frente a su casa. El negro Rubén, hoy vive en Iquique. A continuación, la casa de la tía Baudilia y su numerosa familia, casa de un terreno inmenso que en pocas ocasiones pude visitar, a pesar de que los patios estaban casi visitar, a pesar de que los patios estaban casi unidos. El Hernán o Nancho, vivía con su mamá Lucila allí. Muy cercano vivía el "pelao" Molina, hijo de la señora María Pizarro. En la calle de más abajo vivían mis primos Zepeda, hijos de Ramón y Simodocea: Segundo, Adolfo, Raúl, Carlos, Mario, Ariosto, Minda y Jorge, algunos dedicados a la pesca artesanal y otros en la empresa de manganeso de Coquimbo.
El por qué tantos negocios y familiares se explica porque Guayacán era un centro de fundición y refinación de cobre. El proceso de lixiviación se producía en los estanques que nosotros usábamos para jugar. A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, esta fundición de cobre fue una de las mayores exportadoras del país de este noble producto.
La panadería de los Carmona y otros negocios, como el almacén de Don Mario ubicado en calle Pérez. La fuente de soda o centro de reuniones, eran lugares de permanente encuentro, todo alrededor de no más de 3 cuadras de oriente a poniente o de sur a norte.
Clubes deportivos, existían dos, el "Sergio Livingstone" y el "Progreso", unos de camiseta rojinegra y el otro de color verde. Uno representaba a los que vivían al norte de la Iglesia y el otro a quienes vivían al sur de la Iglesia. Los partidos, cuando les correspondía el clásico era una verdadera correspondía el clásico era una verdadera fiesta en el pueblo.
La Iglesia ubicada en pleno centro de Guayacán era el lugar apropiado para los encuentros familiares. Lugar hermoso, lleno de misticismo y tranquilidad, a excepción de cuando se efectuaban las fiestas con bailes chinos, cuya fiesta pagana se celebra hasta el día de hoy.
La caleta de pescadores artesanales, preparando sus espineles, anzuelos, mallas, botes de color verde, amarillo y rojo, que son los colores asignados por la gobernación marítima para identificarlos de pescadores de otras caletas, merece también un grato recuerdo. El antiguo muelle era de fierro y por allí desembarcaban los marinos venidos de otras partes del mundo, para caminar por calle Ossandón y llegar al centro de Coquimbo. Para nosotros, era un orgullo ir al muelle y ser saludados por marinos de los buques de guerra que en ocasiones anclaban en la bahía. Los tripulantes nos regalaban chicles y a los mayores intercambiaban cigarrillos importados por frutas o mercaderías de nuestro pueblo. Cuando se construyó el muelle (inaugurado en 1955), nuestro pensamiento era positivo, pero al poco andar nos dimos cuenta de la contaminación que producía el embarcar el fierro desde ese muelle.
Juan Valdivia Tabilo